Nacido en la capital venezolana en 1938, Eugenio Montejo era hijo de un panadero cuyo obrador se convirtió en su primera escuela de literatura. No en vano, su ensayo más celebrado se titula El taller blanco. Criado en la Venezuela que cambió la agricultura por el petróleo, literariamente Montejo pertenece a la generación del medio siglo, la primera que abrió su mirada al mundo tras la caída, en 1958, del dictador Marcos Pérez Jiménez, el mismo, por cierto, que encargó a Camilo José Cela que escribiera su novela La catira. El poeta, que fue más tarde director literario de la editorial Monte Ávila y consejero cultural en la Embajada de su país en Lisboa, defendió siempre que los escritores pertenecen más a una época que a una geografía.
Jubilado y liberado de sus obligaciones diplomáticas, en los últimos años fue muy crítico con Hugo Chávez, al que acusaba de "violar todas las normas", empezando por el significado de las palabras. La cuestión no era baladí para un poeta que siempre consideró un enigma la mera existencia del abecedario. Alfabeto del mundo se llamó, de hecho, el volumen que en 1988 reunió sus seis primeros libros de poemas, tanto el que abrió su carrera en 1967 como el que marcó la primera mitad de su vida poética, Terredad (1978). Aquel poemario de título inequívoco fue la piedra de toque de un universo enigmático pero no hermético, hecho a la vez de claridad y de hondura. Así, en la obra de Montejo conviven las imágenes fulgurantes y el lenguaje cotidiano, la elegía y el erotismo. Los suyos son los versos de alguien que confía en la poesía (el canto) pero desconfía de los poemas (la escritura): "Alguna vez escribiré con piedras / midiendo cada una de mis frases / por su peso, volumen, movimiento. / Estoy cansado de palabras".
En 1997, Eugenio Montejo desembarcó en España con Adiós al siglo XX (Renacimiento). Dos años más tarde se consagró con otro de sus libros mayores, Partitura de la cigarra (Pre-Textos). Pero fue en 2003 cuando su popularidad se disparó en todo el mundo. Ese año se estrenó 21 gramos, la película de los mexicanos Alejandro González Iñárritu y Guillermo Arriaga. En una secuencia de aquel filme, que también hablaba de la muerte, Sean Penn recitaba a Naomi Watts estos versos de Montejo: "La tierra giró para acercarnos, / giró sobre sí misma y en nosotros, / hasta juntarnos por fin en este sueño".
Eugenio Montejo vivió pegado al mundo. En su obra las palabras adquieren la misma materialidad que los glóbulos de la sangre. Una forma terrenal de celebrar la vida. "Dura menos un pájaro / que un pez fuera del agua", seguía aquel poema de Muerte y memoria. Y terminaba: "Casi no tiene tiempo de nacer, / da unas vueltas al sol y se borra / entre las sombras de las horas / hasta que sus huesos en el polvo / se mezclan con el viento, / y sin embargo, cuando parte / siempre deja la tierra más clara".
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