Carlin ya había padecido problemas coronarios y había padecido adicción a las drogas. El cómico falleció en el Saint John’s Health Center hacia las seis de la tarde, hora local, tras ser ingresado al sufrir dolores en el pecho, según un portavoz del centro médico.
A lo largo de casi medio siglo de carrera, Carlin había conseguido la fama gracias a su afilado sentido del humor, que lo había convertido en un destacado azote antiestablishment en los setenta. Calvo y barbudo, su imagen se hizo inconfundible. Sus monólogos solían estar salpicados de referencias a las drogas y popularizó el número Seven words you can never say on televisión (Siete palabras que nunca puedes decir en televisión).
Un renegado social
Como su predecesor Lenny Bruce o su colega Richard Pryor, Carlin se convirtió pronto en un renegado social a finales de los años sesenta. A finales de la década siguiente, en 1978, sus bromas radiofónicas llevaron su programa ante el Tribunal Supremo (en el caso Federal Communications Commission contra Pacifica Foundation). Un alto tribunal sentenció que los números de Carlin eran indecentes y que el regulador gubernamental de la radiotelevisión podía prohibir su emisión en horario infantil.
Carlin recibió varios premios Grammy a lo largo de su carrera y seguía activo dentro del circuito. De hecho, actuó en Las Vegas el mes pasado, según su representante, y en noviembre iba a recibir el prestigioso premio Mark Twain, concedido por el centro John F. Kennedy.
Su especialidad humorística giraba en torno a un tema central: la humanidad es una especie maldita y condenada. “No tengo creencias ni lealtades. No creo en este país, no creo en la religión ni en dios, y no creo en todas esas ideas institucionales creadas por el hombre”, señaló en 2001 en una entrevista a Reuters. Carlin esperaba llegar a un más allá desde donde poder ver la decadencia de la civilización desde una “CNN celestial”, según señaló en una entrevista a Playboy hace tres años.
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